¡Atrévete! (que la ciudad se moja)

La ciudad se moja y yo con ella.

La ciudad se humedece al igual que mis labios intentando buscar salida a aquellas palabras que no deben y no pueden salir, por que sé que no, no es tiempo, aún no ha pasado todo.

La ciudad se aclara, por la mañana, dejando ver entre nubes los pequeños rostros de luz y la ciudad se levanta, y me hace mirar el cielo, imaginar, volar, dormir y soñar.

Soñar que, aquí, cerca, por aquí esta todo tan unido, tan junto, tan reciente, tan fresco y tan mío, tan amado, tan calientito aún, tan rico, tan perfecto, que no me dan ganas de salir, ni de pensarme en el frio, en el miedo de volver a caer, de seguir adelante y tropezarme más de lo que ya me he tropezado.

Pero: ¡Atrévete!, me dicen y yo salto. Y yo caigo, y más de una vez y me atrevo y sigo atreviéndome, porque esa es la vida, es el atreverse, el saltar, el moverse.

La ciudad se moja y yo con ella, afuera en el frio, en la humedad de mis labios y mis ojos, en el destino que me espera, que no es ni tan frio ni tan calientito, porque aún no es claro, las nubes tapan los rostros de luz y todo se esconde.

La ciudad humedece mis párpados y yo cierro mis ojos, una vez más, y me canso.

Duermo.


Sueño.


Amo.


Y cada trozo desesperado por hilar mi vida junto al paisaje, se revienta, necesita explotar y explorar cada migaja hundida en las calles, en su recorrido por las personas, por sus miradas, por sus amores y por sus ilusiones.


¡Atrévete! me dicen, y yo caso hago, caso le hago, porque así es la vida, donde hay que saltar, donde hay que volar, donde hay que imaginar.



La ciudad me moja y yo con ella, y ya sin nubes y ya sin rostros de luz, en mi cama, calientito y frio, miro mi destino cruzar mis ojos, pero... he de esperar el destino que no es mío, pero que me interfiere. He de esperar mi vida, después de atreverme.