Tuesday, June 30

El viento roza con fuerza mi rostro, y giro observando(te).






La noche lleva tu nombre (y lo sabes)
La noche lleva tu nombre (y lo sabes)
La noche lleva tu nombre (y contamos... 1, 2, 3, y yo prefiero elegir una secuencia sin espacios, sin silencios, sin sábanas, sin piel)

Tu rostro hace que me pierda
(todaslasnochestendrancomomarcatunombreytuespalda)

Sunday, June 28

La lluvia golpea mi ventana, insistiendo su amenaza, como si romper el vidrio fuese a hacerme olvidar, como si el agua me fuese a cavar, lejos, aquí, profundo, cuando mi mano roza las gotas que caen del vapor sumergido en los recuerdos y tu voz renace en mi mente y mi sonrisa aleja la lluvia, la detiene con mis huellas, las cerca con cada centímetro de tus ojos y tu boca no respira, me siento a esperarte, y la lluvia golpea tu ventana, insistiendo una amenaza, de aquella música que no deseamos escuchar cuando se cae el mundo y tus brazos me tocan, me llevan, lejos, aquí, profundo.

Thursday, June 11

Correr

Matías salió a correr en la mañana, como casi todas las mañanas después de soñar con su piel rozando los centímetros que bordean sus labios, alcanzando sus manos como si fuesen a volver a iniciarse en su cama para terminar en un encierro, en una desesperación que volvía cada vez que despertaba, como todas las mañanas intentando desesperadamente olvidarse de él. Matías corría y el viento tomaba su cara y dejaba sus emociones en el suelo, lo liberaba de esa tortura de recordar los besos, de recordar las miradas y los ojos sosteniendo firmemente sus manos. Matías corría porque sabía que el rocío de la mañana lavaría su memoria y haría de él una sábana sin recuerdos.

Matías dejó de correr cuando en su reloj vio que ya eran las siete, y debía volver a casa para empezar un nuevo día, una nueva mañana sin apuros, sin tener que esconderse de él, porque sabía que en algún momento lo buscaría. Entró a su casa, ordenó su pieza, se preparó un café con leche y en un intento desesperado de no recordar los desayunos en mañanas heladas junto a él, dejó caer los huevos que había tomado. No le importó. Tomó la leche y la derramó en su garganta lo más rápido que pudo, y ese roce tibio le recordó el extraño sueño que había tenido. Sabía que debía huir de toda esa rutina que, ahora, lo atormentaba.

Matías salió de su hogar, caminó lo más rápido que pudo para tomar la micro y en su desespero casi tropieza con el pavimento, casi tropieza con su recuerdo, casi tropieza con su piel que se revuelca en su mente ahora que es imposible olvidar la noche y su cuerpo dormido, abriendo y cerrando sus ojos, como si desease escapar de esa horrible escena de tener que recordarlo. Matías continuó sin apuro ahora, aceptando su realidad, aceptando su deseo de encontrarlo esta vez, aceptando la mancha de café en su camisa, aceptando que el nudo de su corbata este mal doblado, aceptando que el rocío ha acabado y nada puede lavar sus pensamientos.

Matías llegó al paradero, esperó la micro, esperó el rocío, esperó el significado de sus manos dentro de sus bolsillos, esperó insistente a que su cuerpo dejase de responder ante el frío que comía sus manos y su nariz lentamente, esperó hasta que de su boca exhaló, lento y casi inaudible: - La ventana… - mientras sus labios comenzaban a tiritar y la gente cercana comenzó a mirarlo de forma extraña, como si hubiesen visto a Matías surcar el silencio de sus trajes y sus vestidos, y sus tantas ideas que no lograban alcanzar, de su tiempo y de los atrasos; como si Matías atravesase sus mundos, y siguió: - …él quería saltar…- hasta que sus dientes quedaron inmóviles y su mirada tocó el pavimento, como diciendo que no lo miraran, que su locura era infinita, que su desespero era innato, que su ahogo era natural de todas las mañanas después de soñarlo, que sus manos ahora cobijadas bajo sus ropas eran signo de una ausencia, la de él, la de aquel otro que atascaba su garganta, y lo hacía gritar: - Él quería saltar por la ventana… y yo no pude…-

Matías se destrozó cuando el rocío comenzó a caer nuevamente y sintió ganas de correr, de huir, de escapar de esa esquina a la que estaba acostumbrado a pender, porque sabía que se podía salvar bajo el cielo que se ofrecía y se caía para él, a él y con él. Matías corrió y no dejó de correr hasta que alguien lo detuvo y sus manos, temblaron.

 
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