Wednesday, January 17

Ni el día...

Descansando de la noche, ya casi al anochecer, nos volcamos sobre la calle. Yo me tenía que ir, tenía que escapar por un tiempo de nuestra intimidad, y volver a conocer la mía; nos apresuramos. Conversamos de ideas sueltas mientras el triste sol aún reposaba sobre nosotros. Llegamos al paradero, y nos detuvimos a esperar, a esperar la continuación de nuestros destinos, y de lo que podían prometernos. Había una persona más allí, esperando también, y cuando se fue, algo de soledad nos rodeaba, incluso frente a esa señora que pedía dinero a los autos detenidos por el rojo del semáforo; era ciega.

Aquella soledad que nos devoraba hasta mezclarnos con el paisaje me hizo dudar de nuestra existencia como únicos allí. Intente mirar para todos lados, con cierto disimulo, cuando veo dos personas, de aspecto prejuicioso, sentados sobre una banca de color verde en la plaza contigua al paradero. Mi mente me llenaba de sospechas, de imágenes aleatorias al paso de los autos, y de cómo poco a poco se hundían en mi mirada. En esos cortos segundos de dudas, el cielo se oscureció aún más para mis pensamientos, aun más tenue y tenebroso, y sentí deseos de correr y de escapar, sin embargo agradecí el no haber desaparecido para haberte dejado toda esa carga emocional sin un abrazo que te confortara.

Ya con mis miedos en la cúspide, sabía lo que iba a ocurrir, pero no sabía cómo. Te miraba intentando hacerte correr antes que llegaras a sentir tal rabia por el no-poder hacer más que nada, pero era tarde. Una de las personas se nos presento con excusas, con palabras que se unían a su pronto actuar, y así fue como lentamente, al paso del viento sobre nuestros cuerpos, nuestros oídos se llenaron de cuchillas invisibles, de palabras con filo en los labios, y temblábamos por la imposibilidad contenida. Nada había que hacer, más que entregarnos completos al paraíso que nos iba entregando su noche sobre nuestras manos ya vacías. No quedaba más que entregarnos rendidos al destino y huir con nuestros pensamientos, desechar toda gota de rabia, toda gota de dolor, y todo sudor sobre las lágrimas de la impotencia.

 
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