Tuesday, July 24

Cuando los dedos tocan el corazón trozado por el aire

[Pero debo confesarte que estar aquí contigo
es mejor que cualquier recuerdo
que puedo yo cargar...]
Julieta Venegas – Recuerdo Perdido

Era de noche cuando Tomás decidió caminar a la casa de su amigo, sabiendo que no tenía apuro ya que había más gente junto a él; pasó a comprar algo para compartir, una burbujeante bebida con extracto de cola y un tanto de sabor a marketing junto a la etiqueta, se detuvo un rato a mirar el rojo dentro del negro y le recordó los caminos que tuvo que beber para llegar a donde estaba en ese momento. Encendió la música en sus oídos con pequeños audífonos envolventes que lo dejaban viajar al pasado, donde los recuerdos pesan. Caminó sin dejar atrás la mirada, ni si quiera a su lado, ni en los demás; sabía que estaba envuelto en aquella cascada de recuerdos-nunca-olvidar. Caminaba y nada le importaba.

Llegó entonces, al pequeño departamento de su amigo el cual ya conocía a la perfección; las plantas, los gatos, la distribución de las piezas, la elegante vista y el mareo constante de recuerdos ebrios sobre el piso navegando hacia el baño, y hacia un final no esperado sobre la taza del baño; dejó de viajar y se apresuró a subir las escaleras para saludar. Estaban los de siempre, las mismas caras, las mismas fotos, los mismos cómplices y los mismos amargos-nada-que-mirar entre cortando su voz y aplastando cada vez más el deseo de conversar sobre algún tema que no tuviese que ver sobre el carrete anterior. Se despojó de algunas ropas, y quedó casi desnudo ante el calor insoportable de la gente dentro de la habitación, se desnudó frente a ellos sin necesidad de hacerlo, porque ya todos lo sabían y lo conocían. El es, Tomás; así le decían y le señalaban, y se reían entre dientes y le miraban, y Tomás sabía lo que hacían, pero no le molestaba, no esta vez que les demostraría que él puede beber del cielo sin caer al suelo, y que puede volar sin tener que fumarse el pecho, ni la garganta, ni los labios.

Tomás comenzó a repartir sus palabras de a poco, porque aún le costaba, aún conociéndolos le costaba dejarse analizar por las simples miradas de asecho sobre su sexo y sobre sus actos macabros de revelación contra el mundo y su amor por girar. Luego de un rato, comenzó a hacerlo con más soltura, e hilar las palabras ya no le era tan difícil ni tan in-secuencial, era un desligar de oraciones completas dejando entre ver que podía señalar su vida en el aire sin tener que apuntar su vista al cielo ni al techo, ni al amargo vaso en donde siempre se hundía; aquella vez se decidió vaciar sobre el hielo constante de la sobriedad junto al asiento de los acusados, cuando comenzaron a jugar al típico-aburrido-juego de no-saber-qué-hacer cuando ya nadie puede soportarse; allí fue cuando la noche realmente comenzó para Tomás.

El delirio del juego de preguntas comenzó a amalgamarse y retomar fotos de recuerdos dentro de la mente, o de lo que podría llamarse mente, de Tomás, ya triturada por tantos títulos de corrupción junto a ella. Se detenía, a veces, a deslumbrar con sus palabras las respuestas a las dudas superficiales que se exponían al enfrentarse al frio, sin embargo nunca supo que decir frente al poder de los incontables números de veces que intentaron unirlo al deseo de “otro” frente al sudor de su piel; no quiso y nunca querrá hacerlo porque ese desquicio de una noche se convirtió en un simple acto de asquerosidad frente al sonido del parpadeo de ojos de Tomás, que no dejaba de alumbrar ni un segundo su imaginación. Sabía que lo que construía era recuerdos-sin-importancia y que los guardaría para siempre en aquel lugar no deseado por él, para quizás nunca más tomarlos. Al acabar el juego, el amigo de Tomás decidió cantar la vida; tomó una guitarra, aclaró su voz con un par de sorbos del trago ya rancio-fermentado y alzo la voz de despecho sobre la trágica atmosfera ya aburrida de escuchar las mismas voces. El fatal canto terminó por ahogar a Tomás, desde el momento en que comenzó a sonar y desde el momento en que él, sentado sobre un pequeño asiento plástico quebrajado por la pintura y el destierro de las sombras, siente una mano deslizarse lento por su pierna, ve que se asoma y que no quiere dejar su lugar, como si fuese aquel territorio perdido por explorar y como si Tomás no quisiese dejar que la quitasen de ahí, comienza a mirar para todos lados, a gritar con la mirada tal espectáculo, y junto a los recuerdos que el sonoro vozarrón le causaba, el des-amor dentro de su corazón y la mano aplicada como un accesorio a su cuerpo, cae en desquicio puro y colapso fragmentando su corazón en recuerdos/voz/mano; se desespera y no sabe más que seguir gritando con sus ojos lo que acontece y lo que en su momento no quería dejar que ocurriese, se desangra todo sin saber qué hacer, ni como reaccionar, ni como apresurarse para poder terminar de corromper su trozado corazón, no sabe más que escapar de la escena y analizar el momento desde un plano austero y sin luz.

Tomás corre al baño, se moja las manos y la cara, se mira en el espejo y ve como los recuerdos de a poco desaparecen, al igual que el sonido de la guitarra y la garganta gastada por el cantar de los viajes, ve como la mano ya no es una aplicación dentro de su pantalón y ve como su vida no es más que un estanque vacio y seco que debe llenarse en algún momento; toma un poco de agua y sale del baño a sentarse en la escalera, se toma los ojos en la oscuridad y comienza a pensar en los tantos-innombrables-que-se-dejan-estar-donde-nadie-los-quiere y no puede ahogarse más, no quiere hacerlo más y se repite a si mismo que no debe caer nuevamente en los vanos juegos de las noches-esconde-amores, ni de las noches-oculta-pasiones, ni de las noches-no-te-quiero-más; él tenía claro que necesitaba oscurecerse en forma homogénea dentro de su vida, sin embargo decide tomar el riesgo y sentarse nuevamente en el pequeño asiento de plástico pintado, y ver que la mano nuevamente se desliza en su pierna, esta vez llamando a que la atrapen. Tomás socorre el llamado urgente de los dedos; los atrapa, los muerde, los alimenta, los toma, no los suelta y no lo hace más.

Al todos dormir, Tomás se recuesta en su espacio designado y sin soltar la mano de aquel personaje-fascinante convierte sus ojos en sus labios y besa cada palabra adyacente a su discurso amoroso, se encarna en el boca y se deja llevar por el maldito-juego que sabe jugar; tiembla, porque sabe que va a ser igual que siempre; tiembla, porque sabe que en algún momento deberá soltar la mano y dejar que lo arrastre por horas sin llorar; tiembla, y deja de hacerlo cuando el sol se asoma y se ve aún abrazado, aún besando, aún queriendo tocar el pelo formando círculos con los dedos. Deja de temblar cuando aún ve los ojos de sorpresa, de risa, de son-risa a la espera de alguna respuesta, a la espera que siempre llegará.

Suena el teléfono, Tomás se levanta de su cama y corre a contestar, solo en su casa el frio lo marea un poco, pero la suave voz de al otro lado del auricular lo calma; se recuesta en su cama y vuelve a soñar; vuelve a soñar con aquellos dedos que sabe volverán a tocar su pequeño corazón, e intentarán unirlo para no llorar más.

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