Friday, August 10

Esta noche merece ser escrita

(con puños y letra)
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Esta noche me corren las palabras por el cuaderno que se esconde sobre el mantel azul de la “Carnicería Punk” en donde nos desnudamos todos, y nos ventilamos los secretos de la complicidad de nuestros cuerpos, y las noches de locura sobre las calles de la gran ciudad plagada de espejos que nos hacen investigar el pudoroso aire que nos invade de frío.

Como de costumbre, el tiempo no nos molestaba y como ríos sin fin terminamos acostándonos sobre las calles húmedas y sin vagones que nos cobijaran, porque era tarde y nadie nos quería en nuestras casas. Como culpables nos movimos para alcanzar el transporte que nos llevaría al deseado y acogedor lugar para mantener las manos calientitas sobre la estufa encendida junto al café con aroma a miedo por el castigo de los padres.

Con la Javiera nos detuvimos en un paradero sobre la Alameda, y como huasos nos mirábamos las caras esperando la micro que nos marginara y nos dijera que la noche aún no terminaba. Llegaron al paradero los típicos extraños seres inservibles que te piden una fumada, o te piden cien pesos por miedo a caer vivos bajo el Santiago muerto el día de semana; también llegaron los que te corren la mirada y te la devuelven esperando que tu les sonrías la carne latiente bajo el pantalón, y te ofrecen sus ojos como bastardos enemigos que desean amortajarte el pecho y los huesos.

Esperamos mientras yo me salivaba los labios tragándome las palabras “Esta noche merece ser escrita…”, porque aún sin mirar las luces de los faroles, me parecía deseable el plasmar cada imagen sobre el papel que ya no es tan papel, sino es un imaginario blanco sobre una pantalla tecnológica. Esperamos y las miradas con los extraños se hacían cada vez más cansadoras, más agotadoras por perder el encanto de seducir la oscura pasión acumulada por los meses de des-amor entre las piernas y los brazos.

A lo lejos, a lo largo y al medio, al final del túnel macabro se escondían las luces anaranjadas denotando el enjuague de palabras reconocidas a la vista y deseadas por el merecido premio de haber esperado quietos en aquel paradero hundido en el centro capitalino. Levantamos el dedo, con la Javiera, para detener el tren atestado de gente deseosa de alcanzar su media agua y vaciar su cuerpo en ella. Éste no se detuvo ni con el soplar de las maldiciones sobre el lugar, y miré a la Javiera con deseo de correr y ella me siguió, y yo la seguí también por llegar a tiempo a nuestro hogar. Alcanzamos la cuncuna blanca y nos hundimos en el mar de gente apretados por el calor y el griterío de una señora que vendía peluches, y los ofrecía degeneradamente sobre el sexo masculino y los pechos femeninos, y te obligaba a comprarle el animalito que se veía tierno al mirarlo de lejos. Nos escondimos tras un hueco del aparato y nos quedamos inmóviles frente al ofrecimiento del bus; se podía oler el salvajismo y la discriminación de especies por el modo de actuar y de mirar, por percibir los olores a muchedumbre perturbada por el trabajo y el arduo manejo de sus manos en el agote diario.

Yo ya paralizado por el miedo a encontrarme tímido frente al enojo social y el desprecio de cierto sector marginal, bajo la vista para no enrabiar a algún personaje sobre las ruedas de la ciudad.

En uno de los segundos siniestros en los que alzo mi cabeza para ver el paisaje empañado sobre la realidad, diviso cierto personaje que me tenía embriagado desde antes de la carrera por alcanzar el tren superficial; me ahogo en sus ojos intentando encontrar su sonrisa, pero él se deshace de mi trabajo y me desprecia sobre la ventana del paisaje; yo me acelero en perseguirlo, sin embargo no me deja acabar sobre sus manos, no me deja tocarlo de lejos (ni puedo hacerlo de cerca). Y cuando desisto en intentar mirarlo, el griterío flaite de un energúmeno antisocial se hace notar sobre el bullicioso balbuceo de los pasajeros, se hace notar tanto que la gente aterrada se balancea sobre sus cuerpos para intentar divisar la escena que se producía por palabrear tanta grosería junta.

El energúmeno se interna en la selva para alcanzar al desquiciado gigante quien sin dejar de mirarlo se aprisiona sobre su cuerpo y se hace el fuerte frente al resto. Al ver que el contrincante se inmoviliza, el patético energúmeno golpea a la gente, sin darse cuenta, para abalanzarse sobre el casi derrocado gigante. Éste le detiene el brazo y lo sostiene en el aire, lo aprieta con malicia y lo sulfura más con un intento de apaciguarlo, sin embargo el cobarde energúmeno llama a sus cómplices y los acalora frente al gigante quién no se detiene al sostener a su presa para comérsela a golpes vacíos. Coléricos los personajes se lanzan a empuñar los dedos sobre el rostro gélido del enorme y bestial enemigo, mientras que la gente se intentaba ocultar del sangriento escenario que compadecía sobre el bus en marcha.

Rabiosos y furiosos se encontraban los tres exaltados, lanzando sus puños sobre el casi callado corpulento animal. Se detenían a veces por la distracción de la poseedora de ositos quién gritaba acelerada que dejaran de tirar manotazos sobre el ya pobre hombre, sin embargo continuaron haciéndolo y más aún, con los pies sobre la cara, sobre el rostro ya desangrado del gigante destruido por la planta marcada en la nariz roja de tanta distracción social.

Un acento extranjero acallaba los brazos y las piernas de los belicosos, quién lloraba por la desesperación violenta de un país que no la cobija bajo su lecho des-amistoso, y calma a los contrabandistas de puños y los desacelera en su andar, pero siguen gritándose, siguen acabando sus manos sobre palabras, sobre un labio que se sangra y ojos que se lloran, porque aún enérgicos son cobardes en sus miradas, las que miro de reojo sin detenerme en ellas por el temblar de mis piernas y mi cuerpo al perderme en sus golpes que podrían llegar irritables sobre mi carne.

El mundo se calma frente a la tensión sobre el espectáculo que acababan de presenciar, y yo me hundo nuevamente sobre el piso para no argumentar a nadie. Nuevamente helado sobre mi cuerpo me detengo a tiritar un rato a que pase la atmosfera rígida del calentamiento corporal.

La Javiera se baja antes que yo, y ya sin miedo me trabajo nuevamente sobre la mirada tentadora del personaje que aún me emborracha, pero no existe respuesta, nuevamente, y desisto, me callo y no existo.

Me bajo de la micro y ya en el taxi a mi casa me re-leo la escritura de la noche, y la vuelco sobre éste texto, porque esta noche merecía ser escrita, con sangre y violencia, con ahogos y miedos; con puños y letras.

1 comentarios:

Joel. said...

escribiste mucho y me da flojera leer tanto :P

que bacan que escribas, hace bien para ordenar las ideas (creo)

 
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