Thursday, February 1

La noche esconde

Al entreabrirse la puerta, pude ver la silueta de tu cuerpo como un flash sobre mis ojos, dejando a su paso el claro luminoso de la noche, directo sobre mi cara, entre tapado por algunas ramas de árboles perdidos en la calle. Mi cabeza se inundo de una pregunta al ver la luna escondida tras los brazos de la naturaleza. Si la noche me esconde, ¿quién, entonces, esconde a la noche?


Quizá nadie deba esconderla, ni huirla, ni correrla, sólo deba estar allí para ocultar; para ocultar el deseo de los niños embriagados del seudo-amor, como alguna vez lo hizo conmigo, y con mi gran apetito de saborear la ciudad entera. Y, entonces, comencé a recordar aquellos pasos sobre mi cuerpo, los que me marcaba con agujas y fuego, y con un aroma ligero a amor, el que se evaporaba al llegar al éxtasis. Comencé a recorrer mis labios con los de tantos conocidos y no conocidos, recordados y no recordados, incluso, con los cuales nunca pude oler el aroma de su piel, ni el de su pequeño corazón. Y mientras más recordaba, más me embriagaba en el sueño de volver a estar allí, deseando como púber el estar rodeado de la frivolidad, estando estático frente al suceso, sin tomar el peso emocional, ni si quiera para llorar luego en mi cama, celoso de su almohada, celoso de su cama. Me embriagaba cada vez más al recordar sus nombres, y las noches, y la siempre oscuridad que nos envolvía sobre los besos cómplices de nuestra sexualidad. Hasta que como un flash sobre mis ojos, pude ver la silueta de tu cuerpo.


Se cerraba la puerta de tu pieza, y te acostabas al lado mío ya desnudo, y el licor del recuerdo sobre mi cuerpo se disipaba, y te agradecí el no haber desaparecido, porque me hubiera ahogado en mi memoria. Ahora me embriagaba tu amor, y el corazón se sentía más calientito, más acogido, y aún celoso de tu almohada y de tu cama, caí en sueño, con tu brazo rodeando mi cuerpo, abrazándome y salvándome de no volver a desear a alguien que no fueses tú.

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