Saturday, December 16

Pistolas Púber

Y éramos tres, cobijados por la noche púber de la pequeña plaza del barrio, escondidos detrás de los arbustos intentando imaginarnos guerreros tras las pistolas de plástico que nuestras madres nos compraban.

Yo detrás del arbusto más alto para esconder mi cuerpo, y mi gran metralleta. Detrás del más pequeño estaba Andrés, tirado en el piso intentando apuntar entre las ramas. Y en la nada, en el medio del campo de batalla estaba Matías, quien se tapaba la cara y entre sus dedos nos miraba de reojo para saber a cual de los dos apuntar.

Estábamos listos para el combate, y bajo ese cielo estrellado nos lanzamos sin dudar a aniquilar al otro.

Yo salí corriendo a buscar a Andrés, quien escapo al verse hundido por mi metralleta. Y ya detrás de él, apuntando a su espalda, lo tumbé con un disparo al suelo nuevamente, e insistía disparándole continuamente, seguía con mi arma hasta que balas ya no quedaban, y Matías gritaba mirando el escenario cruel de la matanza. Andrés también gritaba, pero de dolor, gritaba más que Matías, y así yo también gritaba para silenciar sus gritos de auxilio. Ya con Andrés casi muerto, me lancé sobre Matías que estaba petrificado sobre sus pies, duro como una roca. Intentó dispararme con su pequeña pistolita de agua, y yo escondiéndome tras sus inmovilizados pies, escapé de su mojada balacera y me puse detrás de él y comencé a dispararle allí, de pie, sobre sus pies, sobre su propio cuerpo; comencé a ejecutar su muerte, su desangramiento mientras afirmaba fuertemente su cuello, a punto de asfixiarlo, y él soltando su pistolita y soltando gritos de locura intentó escabullirse una, dos, e infinitas veces hasta que cayó en el suelo moribundo, a punto de convertirse en sangre, drogado por su propio placer.

Ya victorioso, mirando el cielo estrellado de nuestra noche púber, dejo mi metralleta a un lado y me tiro al piso exhausto.

Viene Andrés con un cuchillo y me apuñala fuertemente, sin aviso, sin gritos, sin sudor ni sangre; me apuñala una, dos, tres, cuatro, y veinte veces hasta que acaba muerto por la sangre que ha perdido, y yo, llorando por no haber ganado, apoyo mi cabeza en el suelo, miro al cielo, y recuerdo.

Recuerdo nuestros juegos escondidos en mi pieza, debajo de mis sábanas, con nuestras pistolas de plástico que nuestras madres nos cortaban.

1 comentarios:

Unknown said...

este está excelente. me dio una excelente sensacion de sueño y de no haber limite entre tu cabeza y la realidad.
aunque eso si el último último parrafo no me calsó mucho. como que de pasar a hablar con la historia, pasaste altiro a hablar con el lector. entonces como que te integra extrañamente.
pero me gusto muchisimo =)

 
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