Tuesday, September 19

Sobre-Mesa

Y son historias que nadie interpretó.

Y me senté en la mesa a disfrutar de mi comida, del tan preciado asado dieciochero al que todos llaman. Junto a la familia, a la aún-no-familia y a la música a tono, que acompañaba en la tan escena-familia-feliz-celebrando quizás qué cosa (y me intrigaba el saber si era la Independencia de Chile, la Primera Junta de Gobierno o el 'Cumpleaños' de Chile, pero ¿a quién le importa? Si la familia se reúne sólo para el calendario feriado; hay que disfrutar).

Y yo nunca me creí el cuento de familia feliz, y menos ahora que ya han pasado varios años mirando las mismas caras y reconociendo las expresiones, y las vivencias; empezando por mi madre, a la que tenia frente a mis ojos, al otro lado de la cabecera, disfrutando su pedazo de carne que comía entre mordidas de tristeza, extrañando aún a mi padre, extrañando su amor y quizás su rabia y sus defectos, y sus tantos defectos que yo sabia reconocer cuando chico, sin embargo hoy los desconozco y le veo más defectos a mi madre; y le veo tantos que me ahogo en mi padre dándole la razón y apoyándolo en su postura de alejarse de mi madre para siempre, porque yo también lo hubiera hecho y quiero hacerlo, y me duele querer hacerlo, pero también me duele que mi madre no se quiera y se deje de lado por culpa de mi padre, y se descuide en el amor; que haya encontrado a la primera persona que la escucha y la apoya, y que se seudo-enamore de él y lo haga su pareja, aún sintiendo el corazón podrido de amor; me duele mientras sigue masticando su pedazo de carne, y me hace una seña para que le vaya a ayudar en la cocina.

Vuelvo con los cafés, los tés y las tortas para hacer sobre mesa; el momento más esperado por mis oídos para escuchar una y otra vez las tristes historias que se presentan una y otra vez en el escenario vejete de la mesa familiar, de la mesa que se va quedando atrás porque ya muchos emigran y no se dejan llevar por la sangre, y corren y huyen de las historias dolorosas, amargas y penosas, y yo, me escondo en mis oídos. Y tampoco me tragaba el cuento de mis abuelas, el cuento de sus mascotas y sus tristezas por ellos, y sus lagrimas por ellos, escondidas en mis abuelos que ya no están, que se queman bajo el sol en sus tumbas mientras mis abuelas los reconocen como perros del recuerdo.

- Y mi perro duró como 20 años, y le vino cáncer y enfermedades a los huesos, a la pierna, a la mano, al cuello, al corazón, al estómago, al intestino, y a las mil partes que el cuerpo puede enfermarse. Y recuerdo cuando corría por aquí y por allá, o cuando caminaba y hacia esto y lo otro, y tal truco, y era tan lindo hasta que..., o era tan juguetón hasta que..., -

Y se inundan la boca de palabras lindas para sus perros, para los momentos y para el recuerdo, tanto así que mi mente comienza a hacerlo, comienza a recordar aquellos momentos en los que jugaba, en los que corría y en los que me caía, y en los que sonreía con mi perro, con sus perros, y como me adentraba más y más en las historias y me entristecía, y me daba pena y rabia; pena por sus perros que ya no corren, y rabia por su disfraz patético que aún no saben colocarse bien. Su disfraz triste de las escenas trágicas de su vida que aún no superan, y que esconden detrás de sus palabras, y yo lo descubro en mi lagrimeo mental, porque aprendí a interpretar y a encontrarle sentido al contar las historias, y al escucharlas también.

Y me fui a mi pieza a olvidarme de las historias, y a dejar de llorar, porque no quiero volverme a esa edad y pensar en mi futuro que ya llegará, porque cuando llegue, espero no contarle historias trágicas a mis sobrinos, espero no disfrazarme la tristeza, espero no llegar a hundirme en la sobre-mesa.

1 comentarios:

Signorelli Verdugo said...

imposible por educacion no dejarte un saludo.
feliz 18.

mokka

 
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