One must strain off what was
personal and accidental in all these
impressions and so reach the pure fluid,
the essential oil of truth.
(A Room of One’s Own – Virginia Woolf)
Los cuerpos atraídos por el sudor de los encuentros se tornan estímulos momentáneos que saborean toda la ruptura estancada en las manos; se dejan lamentar sus cicatrices primeras y se abren cuando el tiempo se hace excusa para hilvanar todas nuestras palabras al oído.
Los cuerpos encuentran salidas equivocas al intentar irrumpir el papel, y toman un color blanco-negro dejando de lado las lenguas, formando momentos al vacio, respiros ahogados en cada paso que cortan con el andar.
Los cuerpos son todas las mujeres y la novela con que se escriben, con que se sangran los dedos al abrir cada recuerdo buscando ennegrecer esas heridas que hacen volver.
Los cuerpos son hundimientos silenciosos que apagan los olvidos en su piel y se tragan las miradas en las marcas, en las bocas prohibidas de necesidad.
Los cuerpos son todas las huellas que trae esta enfermedad que no se borra con cortes en los brazos, ni con hundir las uñas en las pieles ajenas, ni con maltratar el amor hasta dejar seco mi país.
Los cuerpos son la democracia de mi cuarto, porque de aquí es donde yo me recojo y me armo a pedazos en cada hilo que extraigo de mi cama, al dormir, al soñar, al vencer mis pieles bajo el frío que se atasca en las sábanas.
Los cuerpos se transforman en referencias inexplicables, fragmentando las noches donde la necesidad se oscurece en las piernas y recorre los bordes extintos. Aquí es donde los cuerpos humedecen sus grietas y abren sus esquinas para derramar la imposibilidad de vencer su enfermedad, la imposibilidad de vencer todos esos roces en los espacios negados, donde los pelos gritan el hambre de los toques, de la fuerza, del desprecio.
Los cuerpos se vuelven letras cuando mi mano tienta a estructurar cada sitio recorrido por mi saliva, cada silencio oculto por mi piel, cada roce estancado en toda mi agonía de perdida; en este luto material de esta maldita enfermedad que no se quita, porque aquí es donde los cuerpos son tiempo, y el tiempo es hambre y aspereza, y el tiempo es el simple recorrer de mis ojos al cielo al encuentro de esta espera, de este escribir irrompible y deshecho, de este cuerpo enfermo.
Los cuerpos no son más que faltas extraídas de mis abandonos, de recuerdos cegados al hablar, de imágenes descompuestas en sueños, de lazos agrietados por el viajar. Son palabras atascadas en mi piel que transmiten mi morbo por despertar, por acabar con este sufrimiento incontenible que hace que me ahogue y me detenga, y me desespere, y me roce las manos con fuerza, y me agarre las necesidades con fuerza, y me toque con fuerza, y me suicide con fuerza.
Los cuerpos son esta rabia que paraliza mi angustia, y no me detengo ni intento hacerlo, ni con mis manos, ni con mi boca, ni con mis piernas, ni con mi sudor; ni con esta enfermedad que no se borra con cortes en los brazos, ni con hundir los dedos en pieles ajenas, ni con maltratar el amor hasta dejar secas todas mis palabras.
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