Los cuerpos atraídos por el sudor de los encuentros se tornan estímulos momentáneos, que saborean toda la ruptura estancada en las manos; se dejan lamentar sus cicatrices primeras y se abren cuando el tiempo se hace excusa para hilvanar todas nuestras palabras al oído.
Los cuerpos encuentran salidas equivocas al intentar irrumpir el papel, y toman un color blanco-negro dejando de lado las lenguas, formando momentos al vacio, respiros ahogados en cada paso que cortan con el andar.
Los cuerpos son todas las mujeres y la novela con que se escriben, con que se sangran los dedos al abrir cada recuerdo buscando ennegrecer esas heridas que hacen volver.
Los cuerpos son hundimientos silenciosos que apagan los olvidos en su piel y se tragan las miradas en las marcas, en las bocas prohibidas de necesidad.
Los cuerpos son todas las huellas que trae esta enfermedad que no se borra con cortes en los brazos, ni con hundir las uñas en las pieles ajenas, ni con maltratar el amor hasta dejar seco mi país.
Los cuerpos son la democracia de mi cuarto, porque de aquí es donde yo me recojo y me armo a pedazos en cada hilo que extraigo de mi cama, al dormir, al soñar, al vencer mis pieles bajo el frío que se atasca en las sábanas.
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