Me encontraba bajo el viento invernal, cegado por tus ojos y por las luces de la noche; el cielo me reflejaba el tierno encender de las bombillas, y me gritaban, me escondían y me ayudaban a continuar mirando tus bellos ojos. Me encontraba en silencio bajo la atmósfera en la que me envolvías cuando de repente tus labios húmedos sucumbieron al cambio de palabras (de las buenas a las malas). En realidad, no sé cómo llegamos a esa conversación que teníamos escondida hace mucho tiempo en nosotros, y ahora, justamente, decide salir a ver las luces de la noche para inundar mis mejillas de lagrimas y mi cuerpo de un frío fatal. No me molestaba el hecho de que salieran a tomar aire, a respirar o a gritarnos en la cara que estábamos deseosos el uno del otro, sin embargo sabíamos que aún no era el momento para decirlas, sabías que podíamos perdernos y dejarnos de lado frente al oleaje promiscuo de 'el deseo' soltero.
Pasaron algunos segundos después de haberme dicho tales palabras. Yo tragándome tus labios de pendejo enceguecido por la pasión; yo encontrándome bajo la anestesia de poder alcanzar una vez más, y una vez más y por otra vez más, el maldito e incorrupto apetito ilegal. Yo, y las mil posibilidades ante mis ojos gastados de tanto mirar el escenario que me encerraba en tus brazos. Seguí pensando mientras tu me decías que no era necesario responder ahora, que a lo mejor habías apresurado las cosas, que quizás tu ambición-sexual (que yo ya conocía) se volvió en contra tuya, o que podría ser que... Cuando te cachetee con mis palabras, diciéndote que te callaras, que me dejaras involucrarme con mis pensamientos y con mi corazón, que para qué tanto mal gastar diciéndome que me deseas y que me quieres por un rato si después te vas a arrepentir.
Tus pequeños ojos azules se tornaron más claros, más agudos y más tristes. Tu boca dejo esa sonrisa esperanzadora para volverse un símbolo de ternura-entristecida. Y sentí como poco a poco te alejabas de mi, cómo poco a poco te apagabas dejándome ahí solo, bajo las luces que se apagaban para mi, que me dejaban de mirar con sus ilusiones que guardaban sobre ti. Te ibas y me dejabas ahí, con un vacío infernal, lleno de angustias y preguntas. Me corriste la cara y me dijiste que era mejor dejarlo de esa forma. Yo me percate de todos tus movimientos y cómo sentías al hacerlos; y el alejarse no era más que un juego para atraerme, para llevarme a tus brazos entumidos por el frío de la noche. Y yo, ingenuo, caí.
Me deje guiar por ese poder que no te deja detenerte, por mi corazón que, en ese momento, explotaba de amor, sin embargo no distinguía entre algo verdadero o irreal. Sólo necesitaba sentirlo en mis brazos y poder consolarlo para no verlo más ahogado en su propia realidad. Lo abracé y sentí cada pequeña e ínfima vibración en su cuerpo, pude verlo realmente a través de sus ojos cuando se dio vuelta y me miro directo al corazón, y yo lo mire al corazón también. Y los dos caímos en nuestra treta. Cómo si nos estuviéramos enamorando de a poco; cómo si nos estuviéramos conociendo para llegar a abrazarlo aún diez años después.
Sunday, August 13
Encender de dos corazones
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